Diarios de viaje
Muchos kilómetros, mucha música, mi futura suegra y una oda a tres países que todo buen europeo debe visitar. Y, por supuesto, mis amigos, gloria bendita en forma de personas que me he ido cruzando.
Queridos todos,,
Primera edición de la newsletter en español, y va a ser largo el audio… Han pasado muchas cosas en las últimas semanas y vengo a contaroslas todas. Poneos los cinturones, ¡que os llevo de viaje!
Empecemos por París. París, mi cuidad favorita. La primera vez que fui ya supe que era un lugar especial y, cuando volví la primera vez después de haber estado allí el año pasado de erasmus, sentí que era mi casa. Nunca me había sentido tan en casa como cuando llegué en el TGV de Múnich a París. Ver los edificios conocidos, escuchar el francés con ese acento tan particular, pasear por avenidas inmensas llenas de gente y calles recónditas vacías, sentirme siempre anónima entre desconocidos y al mismo tiempo esa sensación de acogida que dan los lugares conocidos, los de confianza. París es mi Locus amoenus, no me canso de decirlo, ni tampoco de sentirlo.
(Aquí tenéis un trocito de París, ved el vídeo, que es una maravilla y no dura ni dos minutos)
Os hablaba de París ooootra veeeeez porque a mediados de diciembre volví. Yo a París vuelvo como vuelven las golondrinas a los lugares cálidos en invierno, buscando cobijo en aquel lugar al que siempre retornas y huyendo un poco de la realidad cuando se vuelve fría. En este caso en la realidad hacía bastante frío, el de la temperatura ambiente, que estaba bastante por debajo de 0 grados, y el de los exámenes de diciembre. Y mi sitio de recreo, como siempre, no decepciona. Cené en un bistrot de Montmartre en una de esas calles a los que los turistas no suelen llegar y los locales frecuentan por ese motivo. No os digo como se llama porque el otro día dije que desde que instagram tiene páginas de recomendaciones de hostelería y turismo, los lugares con encanto se han convertido en sitios que encantan y ya no se puede ir porque están atestados, pero eso es otra historia para más tarde. Y también porque no me acuerdo del nombre, no nos vamos a engañar…
(Música de carretera, pero con glamour, que estamos en Francia)
Después de unas horas en París, Lyon. Antes, pasamos por un par de pueblecitos franceses de la Borgoña. Me recordaron por qué me gustan las ciudades grandes, pero también por qué los pueblos tienen ese encanto de cuento que nos hace creer que estuviéramos en un escrito de Hans Christian Andersen esperando a que pase la bruja o los caballeros que rescatan princesas. Una riquísima y reconfortante sopa de cebolla y un ataque de pánico por el omnipresente estrés de las obligaciones del mundo real después, llegamos a Lyon por la noche. No sé qué tiene Lyon que siempre me deja a medias. Ni fu ni fa, como diría mi abuela. Pero ese día conocí a una de las personas más maravillosas con las que me he cruzado en mucho tiempo, probablemente en toda mi vida. ¿Os suena esa sensación de cuando conoces a alguien y conectas tanto que parece mentira? Pues eso es lo que me pasó a mí. Un flechazo instantáneo. Un flechazo de amistad, pero igualmente un flechazo. Como diría yo: vivo enamorada de esta persona, platónicamente.
(Aquí tenéis la música suiza que me ayudó a superar las curvas, si no te mareas con el jodel, no te mareas con nada jajajajaja)
A la mañana siguiente en Lyon, a las 6:30 yo ya estaba levantada y duchándome. Creo que ese fue el único día que no fui la última en subir al autobús. Sí, para los que no se hayan enterado aún, he hecho un viaje por Europa en AUTOBÚS jajajajaja. Nunca pensé que sería capaz, entre otras cosas porque me mareo bastante y no me gustan mucho los vehículos propulsados con carburantes fósiles (menos los aviones, por esos hacemos una pequeña excepción, volar es otra liga, es como acercarse un poquito a Dios - cualquiera que sea el tuyo). Pero lo conseguí sin mayores percances. Salvo la gripe que me tuvo indispuesta tres días y jorobada el resto de las Navidades, no hubo otras grandes inconveniencias.
Siguiente etapa: tomar un chocolate caliente en frente del lago Lemán, que en francés lleva tilde en la e (Léman) y además dice internet que tiene forma de cruasán. Más datos del lago incluyen ser el lugar del asesinato de Isabel de Baviera, más conocida como la emperatriz Sisi, que además de ser princesa, reina y emperatriz era bastante guapa y es rumoreada haber sido bisexual ( sí, aquí nos encantan los iconos queer). Lo tenía todo, qué más se puede querer en una regente del siglo XIX…
Después de ver las tres cosas más típicas de Ginebra: el reloj de las flores, el chorro de agua y la lluvia, otra vez a rodar, esta vez hasta la capital de la moda, Milán. Primera cuidad del viaje bien adornada para la Navidad. En tres plazas, tres árboles de navidad, cada uno de una marca de perfumes y alta costura diferente. Y la pasta de la cena muy buena, pero la compañía mejor. Creo que en Milán fue la primera vez que oí hablar de Ricky, mi futuro marido. No creo que me case con él, pero espero conocerlo algún día, porque si es tan maravilloso como me lo describió su madre, quiero tenerlo por lo menos de amigo.
(Gino Paoli cantando la canción de amor que quiero que me dedique Ricky jajajajaja. Bueno, con dedicaroosla a vosotros de momento me vale)
Muchas risas hablando de Ricky y alguna que otra conversación profunda después, llegamos a Venecia, mi cuidad favorita de Italia y una de los pocos lugares que quedan en el mundo que son como un universo paralelo. Cuando desembarcas en Venecia y pones el primer pie en tierra, parece que has entrado en otra dimensión, en la de las máscaras de la peste y los cuentos de Hans Christian Andersen (otra vez, ya lo sé, pero es el escritor europeo de cuentos por excelencia). En Venecia la niebla es parte del encanto, los turistas son inevitables y hay que caminar por la derecha porque sino te miran bastante mal, incluso un repartidor de paquetes puede decirte de malas maneras que estás en medio y que te quites que no puede pasar, como a mí. Pero si tienes algo de suerte, encuentras una cafetería con la terraza vacía y puedes pasar la tarde con el mejor y más fuerte espresso que te has tomado en tu vida, hablando de temas más y menos trascendentes con esa persona maravillosa que acabas de conocer pero vas a tener que dejar esa noche. Si está leyendo esto, probablemente sabe ya que estoy hablando de ella y quiero que sepa que ha sido un gusto inmenso y un privilegio viajar con ella, y que ojalá hubiera más gente así en el mundo. Ella es una de esas personas que te quieren como eres y que es como es, sin complejos ni disculpas. Y ese es el mejor regalo que me han hecho estas navidades, quererme como soy. Espero verte muy pronto. Gracias por esos 3 días que me parecieron una eternidad y a la vez se fueron en un abrir y cerrar de ojos, como siempre que la compañía es buena.
(Un pedacito de Venecia de parte de esta película maravillosa que es Anónimo Veneciano. Podéis poner el vídeo entero como música de fondo para los siguientes párrafos, poner las imágenes que son como trasladarse a Venecia por casi 10 minutos, o incluso alargar el viaje viendo la peli que está en Netflix)
( Y esta canción, también de nuestro amigo Gino, porque viva el amor en todas sus formas, para mi compañera de viaje, si me estás leyendo.)
Y hasta aquí la primera mitad del viaje y aquella en la que estaba sana como una manzana. A la mañana siguiente me toco cambiar de conductor, de acompañantes y de estado de salud, porque empecé a toser y ya no paré hasta el año nuevo.
La segunda mitad fue algo menos interesante para esta newsletter, no hubo tanto salseo. De Venecia fuimos a Roma, pasando por Ravenna y Asís. La vista desde Asís una de las más impresionantes que haya visto en mi vida. Comiendo a distancia y con mascarilla porque había sido contacto de positivo de COVID, caramelos de la tos en el bus y aspirina con cafeína, la combinación perfecta para sobrevivir a la gripe de tu vida, o por lo menos de la mía.
Una vez llegada a Roma el día 23 de diciembre, me hice un test de antígenos que dio negativísimo y me quitó la ansiedad de contagiar a alguien. Después cené unas lentejas con espinacas y no volví a salir de la habitación del hotel en día y medio. En Nochebuena cogí un taxi para ir al Trastevere, famoso barrio alternativo de Roma, a comerme unos tonnarelli cacio e pepe con mi madre a las 7 de la tarde como medida celebratoria de tan gloriosa fecha. Y, al día siguiente, después de por lo menos 12 horas de sueño reparador, me dispuse a ver Roma el peor día del año: el 25 de diciembre. Casi todo cerrado, pero pude visitar la iglesia de Santa Inés en Agonía, maravillosa por dentro, marmolados impresionantes y una cúpula que no deja nada que desear. El más puro estilo barroco en toda su gloria y puntos bonus por estar en la plaza Navona, famosa por sus fuentes y peleas entre arquitectos del siglo XVII. Pero nada podía haberme preparado para el shock que iba a ser la Basílica De San Pedro del Vaticano. Qué auténtica maravilla señoras y señores, qué magnitud y espectacularidad, damas y caballeros. No había visto nada igual. Nada como la religión para inspirar obras de semejante calibre, pareciera que sólo para eso podemos ponernos todos de acuerdo. La guinda en el pastel fue la misa de navidad allí. Buenas lecturas, coro en directo y una magnífica reflexión por parte de la autoridad religiosa que dio la misa, que no sé quién fue. ¿El Papa? A él no lo vi porque ya había salido esa mañana a bendecir a todos los que estaban en la plaza mientras yo todavía estaba durmiendo, pero seguro que no me guarda rencor. Siendo él un hombre misericordioso no creo que me lo tenga muy en cuenta, ya nos veremos la próxima vez, ¿verdad, Francisco?
Después de Roma, Florencia. Spoiler alert: no, no me dio el mal de Stendhal. Unpopular opinion: Florencia no es para tanto, pero ese es otro tema para otro día. Y entre Roma y Florencia me acompañó esta canción que descubrí por casualidad. Es una canción perfecta para todos a los que nos han roto un poquito (o un muchito) el corazón alguna vez. No es el fin del mundo, pero duele igual. Pero … «El mundo no se ha parado ni un momento, la noche sigue siempre al día y el día vendrá»
Al día siguiente, un espresso (¿cómo no?) y un helado de avellana en Pisa, cuidad postal y descubrimiento de este viaje. Postal porque es un poco para hacer la foto e irte porque no hay mucho que hacer ( y todo lo gordo está en la misma plaza) y descubrimiento porque me gustó muchísimo la plaza en cuestión. Muy bonita y llena de paz y tranquilidad hasta que llegaron aproximadamente diez autobuses de turistas norteamericanos y alemanes con sus respectivos guías gritones. Ya lo sé, soy un poco quejica, pero ya me conocéis, no sé de qué os extrañáis jajajaja.
Luego comida en Sestri Levante, casitas coloridas y un poquito de mar. Más mar en Montecarlo y mucho lujo en el casino pero poco que hacer alrededor, la princesa Grace Kelly debía estar un poco aburrida, la verdad. Como no les queda sitio, por lo visto están intentando construir casas en islas artificiales en el mar. Eso me suena… ¿Dubai? Parece ser que la gente con dinero se parece más de lo que pensábamos.
(Adiós, dulce Francia, querido país de mi infancia. Más bien de mi adolescencia de clases de francés en el instituto, pero bueno, todo sea por la rima.)
Noche en Niza, ¡vuelta a Francia! Por la mañana ver salir el sol desde el mar con este barquito pesquero que estaba volviendo de la faena nocturna. Mucha paz y mucho sueño a las 7 de la mañana. Visita exprés a mi Francia querida del mal café y los buenos croissants (esta vez sí lo escribo a gusto del consumidor francés ;) ).
(Y viva España)
Y después de comprar el mejor jabón del mundo en el país de los que se duchan poco, volví a casa. A Españita querida que es como un abrazo en forma de bares, saludos de dos besos y 15 decibelios más en el volumen de las conversaciones a tu alrededor. Y cómo no, el país en el que por fin no me toman el pelo por ser turista. Aunque muchas veces me hablen en inglés y luego se queden algo así como estupefactos por contestarles yo en un castellano más correcto que aquel en el que ellos me habían hablado. Ay, ¡Españita! Con tu jamón y tus croquetas que yo no como y con los bares recalcitrantes de carretera que llevan más de una década -quizás más bien un siglo- estancados en el tiempo. En uno de esos paró el autobús yendo desde Barcelona hasta Madrid. El lugar en el que estaba tenía un nombre tan paleto que quedaba hasta bien. No me acuerdo exactamente de cómo era, pero sí recuerdo que al final de la palabra, en vez de «ado» se llamaba «ao», typical Spanish, y al que no le guste, que se aparte. Esa fue la única parada entre las dos más grandes urbes del país, ciudades en las que casi se le olvida a uno que ancha es Castilla, que los molinos de viento del Quijote siguen por ahí y que en las autopistas se pueden ver enormes siluetas negras de toros que eran anuncios de bebidas alcohólicas y hoy son «patrimonio cultural y artístico de los pueblos de España».
Como dirían Lorca y Serrat «Españolito que vienes al mundo te guarde Dios». Más bien que nos guarde a todos nuestra España, patria querida. He aquí una brevísima oda a ti y a tus virtudes, a tu amor bien sonoro en las calles y en las casas, a tu comida que nos da la vida (somos de los más longevos del mundo, por algo será) y a tu cultura del disfrute, tu mayor encanto. Algo tienes que nos hace volver de vez en cuando a tus hijos desperdigados por el mundo. Siempre nos acabamos juntando más entre nosotros que con los del sitio en el que estamos. Te queremos, España, y tú a nosotros también.
Y ya en el momento de ponerse sentimentales, me falta, para despedirme, daros las gracias a los que leéis esto. A vosotros mis amigos, mis queridos del alma. Os quiero mucho a todos y os agradezco todo lo que me hacéis reír y llorar, de lo último por suerte un poco menos. Gracias por estar ahí incluso cuando no estáis y por disfrutar conmigo. Larga vida a nuestras amistades, las risas y los buenos momentos que compartimos, las rayadas mentales que solucionamos, los dilemas que resolvemos, los motes que nos ponemos, las cocacolas que nos tomamos, los paseos que damos, las llamadas interminables con las que sacamos rentabilidad a la tarifa plana de teléfono que tenemos, las historias jugosas que más de una vez hemos adornado de hipérbole y al amor que nos damos. Larga vida a los amigos. Y, a partir de hoy y por vez primera os deseo navidades felices en vez de feliz navidad. Que sigamos siendo y haciéndonos tan felices.
Besos y abrazos y sonrisas y lágrimas (pero no la peli, que esa la vi en año nuevo en mi casa y es un poco pastelón).
Hasta la próxima.
Mucho amor,
Clara
(No me hacen falta un millón de amigos, con vosotros me basta y me sobra)